Jimmy’s Gang

Pasar unas cuantas horas fuera del mundo virtual te da cierta perspectiva. Algo que tiene que ver con el tiempo, claro.
Desconectarse parcialmente te pone de frente a otros ritmos y cadencias. Frente a fisonomías diferentes que te miran y a las que mirás desde un lugar nuevo. Como si se tratase de otro modo de habitar el espacio común.
El tiempo de re-ponerse en los primeros recuerdos, por ejemplo, o la alegría genuina de ver a tus equipos jugar hermosamente, o meterte cafés que contienen una intensidad estallante, o mates y cervezas que se evaporan como las buenas excusas…
Ritmos y cadencias que te dan las notas de una melodía paralela pero al mismo tiempo disruptiva de su propia simetría.
Estos días salieron mucho ciertas palabras: amor, tiempo, identidad, explicaciones -ahora que lo pienso podrían ser todas lo mismo-.
Martí decía que los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, y los que odian y deshacen. Amar y fundar se me hacen enormes, pero también dos condiciones de posibilidad de la palabra.
Y los recuerdos y las vibraciones y los ritmos con gusto a café fundan y aman, quizás porque odian y deshacen al mismo tiempo. Se hacen y deshacen en palabras renovadas que existen o que no existieron nunca, en un tiempo nuevo que tiene otra música.
Lo cierto es que hay pocas palabras que salgan hoy al mundo estando offline.
Por eso yo quiero mis cadencias nuevas y mis tiempos viejos para habitar la virtualidad y fundar un paralelismo que se destruya.
Por eso voy y vengo sin abandonar un péndulo que no comprendo del todo, pero que ya no puede dejar de ser en mi autorelato.
O será que estoy leyendo a Hayes y escuchando a Parov Stelar y esos dos tiempos juntos son supernovas que me explotan mal.


Idealismo

I.

Hacés todo al revés,
me decías
desde el otro lado del espejo.
Pensabas en dibujarme hilos y agujas.
Se te veía en los ojos.
Pero el cristal no se rompe
y se te estrellan las manos.
¿Te duele? No más que a mí, no.
De este lado el dolor es mi tesoro,
no te metas.
No podés atravesar nada ya.
Al revés te veo con los ojos en blanco.
Blanco redondo como tu estatua
de mí.
Y suspiro fuerte, acompasado.
Así te empañás un poco, te descamás.
Blanco y celeste como un tótem
visto desde arriba. Chiquito.
Y aún así…
Invisible,
dibujás.

II.

Dejo de limpiar las huellas
del aire.
¿Para qué?
Me ves igual, de todos modos.
Seguís labrándome
a base de martillo y agua.
No cuenta lo que no ves,
cuenta el blanco redondo
de sal.
Los ojos en lugar
de las piernas.
Y así.
Los hilos en lugar
del tejido.
Y así.
Alicia se me ríe
a los gritos.
El conejo no.
Y yo
no limpio los espejos de este lado
nunca más.


Lila Downs, la bestia y papá

Entonces, en medio de los tulipanes mustios, aparecía la bestia esa, la del apocalipsis de Juan, la que es como un leopardo con pies de oso y boca de león… La ubicás? Sí, claro, me dice, mirándome a los ojos y cebando mate simultáneamente -nunca supe cómo lo hace-. Bueno, esa, la que tiene como diez cabezas y siete cuernos o siete diademas y diez garras, no sé. (Me interrumpe para pedirme que le diga Ἀποκάλυψις Ἰωάννου, apocalipsis de Juan en correcto griego clásico. Le gusta que lo chamuye con las siete palabras que me quedaron de traducir a Jenofonte y sus parasangas multiplicadas al paroxismo del sinsentido. Oh! Oda al gran Raúl Lavalle).

Se va haciendo de noche y, claro Flor, no te vayas muy tarde, sabés que no me gusta y me pongo nervioso y me hincho y llamáme cuando llegás. Cuestión, que la bestia esa se empieza a comer los tulipanes, cosa que me angustia mucho pero que a la vez me gusta, porque bien mirado el leopardo no es tan intimidante y menos con un pétalo de tulipán en la boca de oso. A partir de ahí pasaron un montón de cosas, seguro, pero no me las acuerdo. Después viene como un flash y me escucho espetándole a la quimera esa si no quiere tomarse algo conmigo ¿? Ya… tu cara de parálisis es la misma que puse yo cuando se me vino la imagen a la mente. Odio la laxitud de cierta parte del subconsciente que deja pasar a cualquiera a la conciencia como si esto fuera tierra de nadie.

Pero nena, esto tenés que hablarlo con tu madre, porque es evidente la polisemia y la sublimación que estás haciendo de vaya a saber uno qué. Anotátelo que te lo vas a olvidar, hacéme caso. Y qué te dijo, te habló? Sí, solo recuerdo una palabra: quizás. Vamooooo! Me puse contenta, no sé, como una pendeja encaprichada con el guapito del aula.

Y de ahí ya no sé más. En realidad, no me acuerdo bien qué soñé, porque sé que había un relato que se desarrollaba en un tiempo determinado -onírico, claro, papá-, y que tenía su coherencia… Pero lo que te conté es lo que se me viene, punto. Sí, Flor, una coherencia apabullante. Llegás a lo de tu madre y lo hablás eh? Y si no te acordás de todo me llamás. Para mí que esto tiene que ver con todas esas series de zombies que estás viendo, no sé. Fijáte.

Deja el mate amargo, horrible, infumable en la mesa y me pide un cigarrillo, porque vos sabés que yo no compro más, dejé de fumar hija. Le armo uno, bueno dos, y se los doy como a escondidas de nadie. Abro youtube en la compu, tarda mucho, sí, porque no me dejás que te instale Ubuntu 12.04, porque le tenés miedo a Linux cuando ya te dije que te va a cambiar la vida que te queda por vivir y que me lo vas a agradecer regalándome los libros de la Bauhaus que tenés encanutados bajo llave.

Mirá, decíme si no podría musicalizar semejante desatino surrealista con esto?

Bueno, si tenés la necesidad de hacerlo, está bien. Bajá un poco el volumen igual. Sí, pero te lo dejo sonando así te alegrás la nochecita y cambiás ese mate espantoso así me tomo otro antes de irme. Vos qué pensás, pa? Que estás en un momento de tu vida en el que hasta la más mínima cosa significa algo importante (parece que en otros momentos no) por eso te digo que lo hables con mamá. Hay que clarificarse hija, limpiarse, soltar los lastres, vos lo sabés bien, casi casi que me lo enseñaste vos. Y para una vez que te doy bola en algo! Bueno, me voy, me prestás tu sube? La mía la tiene mamá. Me esquilman entre los dos. Te quiero.

Cierra la puerta enrejada, ocupada guerrilleramente por las achiras y las santaritas y los yuyos que le crecen sin parar. Los colores de las flores son alucinantes, de verdad, pero se lo digo poco para que no plante más y para que no se agrande. Hago tres pasos y me doy cuenta de que aprendió a hacer click en el lugar indicado para volver a reproducir el video. Escucho a Lila again y me crispo de alegría por tenerlo todavía conmigo.


«Quiero más una libertad peligrosa, que una servidumbre tranquila…»

Como siempre ocurre, la Zambrano dispara sus dardos sin pensar siquiera en si habrá una diana en el otro extremo. Eyecta veloces pensamientos en formas ya gastadas hoy, hasta inverosímiles en esta liquidez. Sin embargo, impactan de todos modos porque se van deshaciendo en el aire de sus capas metafóricas para acabar estrellando su núcleo revestido de clave. Porque la clave aquí es la peligrosidad.

Es esa suerte de unheimlich que te acecha desde ese oscuro rincón polvoriento en el que todavía sos persona, en el que te rescatás de la violencia para sentir en la sangre que todo esto no cierra. Ese peligro que te recuerda de vez en cuando que no estás hecho, corazón, que estás muy lejos de encajar en el esquema. Y sabés, claro, que no hablamos de la libertad de detestar a Benedetti, de tomar insanas cantidades de café al día, de no comer OGM o de ser un pseudo activista del open source y del copyleft. No. Intuís que hay otro espacio en el que los dispositivos nazinormativos cortocircuitan, en el que se produce un apagón monumental que te deja desnudo frente a lo libre que es el otro.

Sabés que la priva(tiza)ción es el nuevo dracma, y aunque te distraigas comprando libros y hablando con gente que ha vivido en París seis meses (oh! la autoridad moral del que «vio las cosas desde afuera»), te chirría y te jode, porque sí señor, de algo te están privando. Pero ya no interesa tanto la indecibilidad de eso que te arrebatan en cada publicidad de Cif -con sus cinderellas anacrónicas e insultantes-; la definición vendrá después, como el olvido. Lo que importa es que ves cómo esos espacios originarios se van vaciando de luz. Y palpás el peligro. Y penetrás el peligro. Y te hacés carne con él.

Y allí quizás también tiembles, aguardes, llores… Porque si hay peligro es que hay algo que salvar. Y aunque la servidumbre sea inescapable, la clave de la peligrosidad es, posiblemente, el metal primero con el que se vaya fundiendo la llave que abra ese rincón polvoriento en el que todavía sos persona.

Mientras, escuchás esto…


Routes

Como decía Jack Kerouac, la vida es un país extranjero… Aunque te afinques entregándote, nunca va a ser del todo tu hogar. Sin avisar, cualquier día, sale al ruedo la radical otredad para recordártelo, para que sepas que cuanto más cómoda te pongas en ese sofá raído y confiable, más se van a desestabilizar los resortes.

Entonces, mirando pasar la carretera por la ventana, entendés que preocuparse por el eventual desplome del sofá es como un grito desaforado en un mundo de sordos, como un pictograma en mitad del alfabeto griego. Y te elevás. Te elevás por encima de las ruedas del Impala que ya no te llevan tan lejos, que no friccionan tan fuerte… Comprendés que llega un punto del camino en el que ya no existen juicios de valor. Que sos lo que sos y lo que te has hecho. Y que eso, mi querido Jack, es más que suficiente.

Hay rutas en las que poco lugar queda para los pygmaliones que andan sueltos, ya no les das un aventón aunque sepas lo estimulante que puede llegar a ser. Porque has dejado de mirar el dial de la radio manual en busca de la frecuencia más nítida, para sacar la cara por la ventana y que el viento te golpee tan fuerte, tan recio, que no necesites más estímulo que sentirlo en la piel.

Sabías que a Jack no le gustaban las galateas y ahora sabés que a vos tampoco. Que aunque te deshagas como arcilla húmeda, seguís teniendo un molde en el que reoriginarte, ése en el que, según él, explotás igual que arañas entre las estrellas hasta estallar en una luz azul…. en medio de la carretera.